Don Goyito.
Vivía en una parcela que comenzaba en el Camino Al Volcán y terminaba en el río. La entrada estaba flanqueada por Cedros del Líbano y álamos blancos. Seguía una piscina, luego un refugio de piedra y terminaba en la orilla del Maipo entre rocas arrojadas por las erupciones volcánicas, negras y coloreadas. Unas dos veces por semana bajaba los 20 km que me separaban de San José de Maipo, cruzando por los costados del túnel ferroviario El Tinoco, hoy sólo paseo después de la brutal supresión del tren que llegaba al pueblo minero El Volcán, para no molestar el reposo del Dictador. Luego el camino baja hasta el Estero San Alfonso y después de una empinada y corta cuesta llega a San Alfonso. En el primer paradero encontré muchas veces a Don Goyito, don Luis Armando Vargas Améstica, esperando el bus que pasaba irregularmente cada 30 o 60 minutos, según la hora del día. Así lo conocí y nos entreteníamos conversando rumbo a San José. A veces regresábamos juntos. Incluso lo acompañé algunas reuniones vecinales, ya que siempre se interesó por los asuntos que ayudaban a la comunidad.
Muchas veces almorzamos en su casa, que él mismo había construido y seguía ampliando con ayuda de sus hijos. La señora Dina Sandoval, su querida compañera, me recibía hospitalariamente y nunca faltaba un plato de cazuela, regado con el vino o algo que yo aportaba, junto a la salamandra encendida en la que crepitaba la leña. Don Goyito fue dirigente socialista campesino, creció en el campo junto a sus animales y sembrando la tierra. Sus manos y su rostro curtido por el sol, eran la prueba de aquellas faenas que recordaba con nostalgia. Luego llegó a San Alfonso buscando nuevos horizontes cuando su estadía en otros lugares se le hizo difícil.
Pero lo más importante de su trayecto por esta vida junto al apoyo de su querida Dina, con ella estuvo en las buenas y en las malas con amor y lealtad, fue su consecuencia con sus principios, su disciplina, su espíritu de servicio y la formación de una familia en la que hay numerosos profesionales y gente de bien. Para él primero estaban los estudios, la honradez en todos los actos de la vida y la política constructiva propendiendo por el bien social, sin odios, ni revanchismos. Después conocí a uno de sus hijos Luis Vargas Sandoval, a quien estimo y he apoyado en sus desafíos políticos y luego a toda su familia.
Pasó por esta vida construyendo sin alardes, compartiendo con alegría y entregando hospitalidad y apoyo. Su hijo adoptivo, el abogado Patricio Langenegger, en el oficio fúnebre en la Parroquia de San José de Maipo, dijo algo que refleja de cuerpo entero a don Goyito: “Mi hijo quería venir pero tenía que estudiar una prueba importante, entonces le dije: ¿Qué diría tu abuelo si dejaras tu obligación por venir a esta misa? Se quedó estudiando y vendrá otro día a visitarlo en el cementerio, pero primero está el Deber”. Esa impronta dejó Don Goyito a sus descendientes, fuera de alimentarlos y educarlos los formó, tuvo pocos estudios, pero una clara inteligencia y sólidos principios.
Es mi sencillo homenaje a un amigo que conocí un día y que encontraré otro día.
San José de Maipo, 18.8.2017. Juan Carlos Edwards Vergara