Dos elementos necesarios para una sana sociedad es convivir con el mínimo de corrupción y abuso de poder. Eso sería “el mundo ideal”. Sabemos que no es así, en países europeos también existen casos de corrupción, pero más aislados, en Sudamérica, lamentablemente son más visibles y a veces a escala internacional (caso Odebrecht, 12 países, incluyendo el nuestro)
Los delitos que se han perpetrado en Chile y en el extranjero habrían caído en la impunidad si no fuera por la labor de la prensa, quien las dio a conocer en la mayoría de los casos. Indudablemente que esta revelación debe caer en una sociedad con capacidad de asombro, de lo contrario pasa a ser solo una noticia más.
La prensa puede denunciar que un funcionario está reparando su casa con dinero fiscal o municipal y la ciudadanía decir: “Qué más da, si eso siempre ha sido así”… eso es perder la capacidad de asombro. Que a la sociedad le dé igual que robarle a la municipalidad en desmedro de los más necesitados sea tomado como algo normal. Que la venta de droga en una plaza sea algo normal, habitual y cotidiano. Que los robos son normales, quiere decir que se ha perdido la capacidad de asombrarse ante acontecimientos delictuales o abusos de poder, al igual que un ser que pierde la capacidad de nadar cuando trata de salvarse de las aguas de un río y se resigna a morir.
Lo mismo, una sociedad que pierde la capacidad de asombro está destinada a morir, aunque la prensa haga bien su trabajo y rol fiscalizador, “cuestionar a los que tienen el poder, obligarlos a que rindan cuentas y ponerlos contra la pared”, Jorge Ramos (periodista, ganador del Reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabriel García Márquez, Premio Emmy, por reconocimiento a su trayectoria, Premio Latin Business Club of América en 2004, entre otros)
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